Ésta es la sentencia máxima que
ha corrido a cargo de su voz. No pretendo saber lo que me depara el destino;
mucho menos la temperatura de la semana próxima. Quiero perderme entre América y
sus derivados, encontrarte con un preciso dejo de casualidad que ambos sabremos
distinguir. No hay casualidades en un espacio controlado y delimitado que se va
asfixiando con sus propias reglas.
Fue entonces que comprendí, que
realmente nunca había visto a una persona. No como a ella, su mirada me
llamaba, me arrastraba, me devolvía a la orilla de todo el desastre que
sucedía. Aunque todo sucedió de prisa y en el siguiente momento todo precia
igual, yo sabía que no era así, mi vida había cambiado, comenzaría pronto a
notarlo, pues todo tomaba un rumbo distinto, desde la elección de colores y
filmes, hasta el saber el día de la semana. Desde el comienzo ha sido claro que
la mirada es la que me invade, la que me atrapa y me estaca a las personas. Su mirada
fue como un detonante, pues nunca había visto tanto en tan poco tiempo, a
momentos paso por mi mente una sensación de plenitud y tranquilidad, como quien
sabe el funesto destino que le espera, lo comprende y no queda más que
disfrutar lo poco que se sabe.
Nunca había visto una mirada tan
hermosa, tan fragmentada, tan llena intensidad. Aun así se las arreglaba para
mantener su carácter distante; esa dualidad que confunde y encanta; el
descubrir vagamente el truco, que todo es un sueño y en ese preciso instante
todo cambia de lugar, la conversación empieza a girar en otro eje.