¿Alguna vez te has preocupado por la curvatura de la tierra?
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Son las 6:40 de la tarde y el bus
va lleno, la gente se sostiene a como puede; las lluvias de la semana han
dejado un clima nublado. Este no soy yo.
Una serie de imágenes llega, un
arribo inesperado. Soy yo, en bicicleta sobre las aceras, levantando los pies
de los charcos y pensando que no hay más que el viento en la cara y la hierba
aledaña. Se esquivan los autos, pero no suelen apartarse tanto de las avenidas
principales. Casi no hay personas que puedan constatar que sigo en algún lado. No
hay mapas, ni rutas más cortas, no hay prisa, tampoco tengo en claro en cuanto
tiempo llegaré a mi destino.
Durante las siguientes horas
tampoco sabré mi paradero, no tendré en claro la hora de regreso, siquiera me
daré por enterado quien llamó durante mi ausencia, los pendientes serán los
mismos que al salir.
El semáforo hace un cambio de
luces, comienza a llover. Es una tarde lenta de las que hace mucho no suceden.
Hoy tampoco tengo prisa.