Hace semanas que no tengo un
rumbo definido en lo que se supone estoy haciendo; lo primero es despertar y
llenarse de cafeína y detalles mínimos de la noche anterior, seguido de un crescendo
de notificaciones sin sentido de las personas que no conozco y cosas que
realmente no me interesan del todo. A esta altura de la mañana el desayuno es
infranqueable, pues apenas he golpeado unos conceptos pendientes de mi lista,
se duplican a la menor provocación.
Por todo lados soy constantemente
bombardeado de lo que se supone debo querer ser y hacer, tengo correos pidiéndome
que firme para salvar a tal o cual
petición abogando por el cierre de fronteras, desde la comodidad de mi caos
tengo la ventaja de sentirme no tan mal sabiendo que aunque el remolino de
pendientes y sin sentidos de la semana se acumula a mis espaldas, al menos he
ayudado a algunas personas que la pasan peor.
Luego llegan los momentos
absolutos sobre nada en concreto y la tanda de imágenes que solo buscan un
segundo más de difusión, se resisten a quedar olvidadas entre las pilas de
repeticiones almacenadas en algún servidor que ya ha vendido mi privacidad.
¿Es absurdo que la mayoría de las
redes sociales tienda a recordarte lo que hacías antes en esa misma red social?
Aún recuerdo los primeros días de
las redes sociales, al principio no eran gran cosa. Todo era un temor absurdo
pues nadie quería perder su anonimato en el internet, era un derecho por el que
generaciones habían luchado enteramente, la sensación de liberta, de ser una
masa uniforme sin rostro que puede ir y hacer lo que sea donde sea. Al final
todo ha cambiado y nuestros egos se manifiestan para tratar de resaltar y salir
diciendo “hey, aquí estoy, soy tan único como tú” cuanto más específicos y más
señas particulares podamos brindar, mejor. Nos vamos encasillando en las
ramificaciones disponibles y al final está hecho, todos quieren sus 15 minutos
de fama, el ser expuesto, exhibido y consumido; quieren la experiencia de hacer
valer su decisión.
Al llegar, todo era como un salón
en el cuál se le había citado a uno, estaba lleno de personas, amigos de tu
amigo, que no conoces ni de vista, pero luego llega tú amigo y al sí lo conoces
y te interesa saberle y saludarlo. Luego se va llenando de personas nuevas, que
de cierta manera tienen alguna seña en particular y se deja entrever la
relación con tu amigo y contigo y el flujo es orgánico, peor la experiencia se
va multiplicando y es abrumador, al final se llegan hasta los últimos niveles
de correlación y el vínculo casi es nulo; todo este salón lleno de personas se
vuelve completamente intrascendente y en el mar de gente pierdes la pista de
las personas con las que realmente te interesaba interactuar.
Es así como de pronto se pierde la
novedad y no hay alguna manera de mantener, más que recordándote los viejos
nuevos momentos que aquí tuviste “toma, para que te mantengas pensando que todo
sigue su curso”
Para cuando vuelvo entre la
sobresaturación de información y la ansiedad constante de nadar contracorriente
gastando fuerzas en saber que sí y que no, es la hora de dormir.