Finge que has olvidado tu
credencial y tienes la necesidad inminente de morir. Hay algunos iconos de la
justicia mientras nuestra conversación fluye, aunque ha terminado y ninguno lo
ha notado.
La ciudad se ha ido encogiendo y
comienza sentirse la claustrofobia inminente, los edificios se derrumban sobre
nuestras miradas, algunas personas prefieren pasar de largo, pero estoy seguro
que también se sienten igual, es decir, podrían ignorar partes de su realidad,
como un choque de verdad en el momento que está sucediendo, pero después vendrá
la verdad (porque siempre viene, creo) sabes, la ciudad nos va a terminar por
aplastar mientras decides el color de tu esmalte; escucha princesa, nunca me
han gustado las cosas lentas.
Eres una extraña aberración,
entre tantas chicas de una ciudad cosmopolita; sorteando los vagones de un
sistema que se queda corto para las necesidades de un pueblo que solo sabe
obedecer. Un libro abierto en un lugar despejado, entre árboles y ratones, con
los silencios que te acompañan durante el invierno, con las hojas como tapiz de
una tarde de domingo. Un giro inesperado entre bancas y el lago. Escucha con atención
lo que voy a decir a continuación, pues
es verdad. Siempre hay un declive, una sensación extraña de vacío; las cosas
parecen ir siempre mal y esa sensación constante de no querer crecer, pero señorita,
la vida apesta y uno tiene que ir tratando de hacerla tragarse sus palabras ásperas
y aburridas, hacerla retorcer en una oficina mientras llega la siguiente
campaña, con las llamadas como olas, mientras la gente sigue afuera aceptando
que todo es aburrido y que no hay más. Así que sigue corriendo de un lugar a
otro, con calcetines distintos, el suéter al revés, la bolsa llena de cosas que
no sabes que vas a necesitar, pues las prisas son las mejores consejeras en una
ciudad tan salvaje que cocina sus propios compañeros y mientras los ven arder
la pregunta clave es ¿Cómo va la semana?
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