De pronto una ruptura un espacio
habitable, como el de una concha mientras las olas golpean. El viento cobija
cada línea y segmento; bañados en luz nos dispersamos entre ranuras y
fragmentos. Movimientos erráticos firmes, de lento procesar como acumulando
impacto. Sonidos regresan, dan la vuelta tranquilos. Espero sentado.
Hay algo absurdo en el vértigo,
no en el sentido romántico de creer que la profundidad nos llama, nos atrae sin
nuestro consentimiento y nos sentimos rendidos ante su imponente presencia. Va más
en el sentido evolutivo, de saberse lejos de las ramas. Nos toma años poder
separarnos de nuestros orígenes incómodos y por fin caminar erguidos,
distanciarnos brevemente de aquello que nos mantenía a salvo.
Algo parecido sucede cuando las
personas con las que interactúas siguen un rumbo distinto y de lejos puedes ver
como la diferencia crece en aspectos diversos y te sientes aleado, pero no
puedes evitar preguntarte donde estás parado ahora.
Hay un tercer aspecto, una clase
de vértigo emocional; puedes ver los destrozos del naufragio inminente, los
errores aguardando y las malas decisiones. Brevemente te seducen y temes caer. Aguardando
frente a la plaza y el auto encendido; tu cigarrillo termina por consumirse y apenas
y puede dar una bocanada. La luz se enciende, las puertas se abren. El auto
arranca.
¿Qué haces?