Cuantas noches he gastado
tratando de dibujarle; primero el cabello, luego sus manos, botas y sombrilla. El
rostro siempre lo dejo al final, pues soy de fácil impresión y no quiero
deformarlo con los demás rostros que veo a diario.
Lo peor es cuando se tiene el
nombre bien presente y los ojos a juego, como retándole a uno. La astucia se
ausenta y los labios no se mueven.
Puede – la palabra definitiva. No
he crecido, tengo 15 años y sigue doliendo, como la escuela y la rutina duelen,
entre el ocio y la habitación, las calles y el silencio que no se largan.
Tal vez todo sea cosa de seguir
al tanto de lo que sucede en la ciudad y en cualquier momento todo puede dar un
vuelco. Las calles llenas de gente que no es nunca más desconocida. Todo puede
ser una señal: la radio encendida, la luz que se paga, la ventana abierta, las
cortinas. Tú misma eres una señal, una difícil de entender.
Las señales claras son lo más
aburrido que a uno le puede suceder, pues apenas se reciben y casi se están
olvidando.