La gente siempre a prisa,
esperando el cambio del semáforo, revisando su celular. El fin de semana suele
tardar tanto en llegar. Hay tantos rostros conocidos para ignorar, después de
todo nadie finge ser una peor versión de sí mismo. Los ciegos del centro pueden
sentir tu estado de ánimo, no hay que fingir más.
El último recuerdo que tengo del
DF es irónicamente a Monterrey. Lo tengo presente con tu nevus entre desconocidos
y recuerdos arraigados, con las caras largas del lunes y la poesía de tus manos.
Tu nombre se ha quedado impregnado a los labios de tantos desconocidos y este es
mi último esfuerzo por quitarlo del todo. Soy yo teniendo una discusión y tomando
decisiones. No quiero más recorridos que terminan siendo regreso, ni regresos
que sean ficciones.
Los días chocan poco a poco, la
semana es un mar; somos bañistas remojando nuestros pies a la orilla, en la
comodidad. Algunos piensan zarpar, pero ¿Cómo se puede tener esa claridad sin
poder ver el horizonte del todo?
Los cigarrillos se terminan
rápido y después de las 10 la ciudad entera se vuelve una laguna. Con toques
salados y destellos dulces. Nadie quiere profundizar, cientos prefieren
mantener la estela liquida de la situación. A momentos quisiera poder definirme
con otra moral, pero tengo la necesidad idiota de sentirme bien.
Aún con el olor a basura y
alcohol, la ciudad sigue teniendo un aura que me da una calma estúpida, un
paisaje que se mantiene invariable en forma, los colores rotan a unos más ocres
entre los claros y la oscuridad.
La siguiente embestida podría ser
mortal, los autos ansiosos de poder descansar; y cuando las calles solas, ansiosos
igual por demostrar quienes son. aquí no se es nadie si no se tiene una
agresión vehicular.
Las mismas historias aburridas de
bares y chicas, la irremediable previsión, tu ventana es el área perfecta para
tomar un respiro, con el sol marcando una ligera línea de esperanza.
Quizá no esté equivocado del todo.
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