La escena es la de siempre: el
domingo decayendo entre las casas, pintando las calles de un dorado que más que
tranquilizarme, me deprime en absoluto. los niños corren entre sus padres con
la alegría de las vacaciones, la esperanza de saber qué sus padres responden
por ellos y la tareas se han esfumado. me enferma el no saberme tan tranquilo.
el saber que en cuanto cierre los ojos será lunes, peor aún me enferma el saber
que ya es lunes, que llego sin que lo quisiera, que se metió por la ventana
mientras las teclas permanecían calmas y justo ahora que se violentan él se encuentra
instalado con la comodidad absoluta y mi tranquilidad se ha esfumado.
Mis domingos siempre tendrán 8
años y la preocupación de la tarea en la libreta de forros verdes, sé que he
postergado demasiado y no queda mas tiempo. mientras todos en frenesí de la
noche se dejan llevar con calma, sabiendo que sus deberes se encuentran hechos,
yo sigo con el pendiente de que a determinada distancia y en determinada
habitación hay algo inconcluso, que se va multiplicando como una masa, y al
regresar tendré miedo de abrir la puerta de nuevo, pues todo se derrumbará y estaré
agobiado de nuevo.
Creo que lo mismo me sucede
respecto a ti, he ahí el porqué de la decadencia dominical, de saberte
inconclusa por algún barrio, entre los adoquines y la plaza; el saber que vas
creciendo, vas rellenando los espacios que te brinda la ciudad y te expandes
abarcando todo, entonces, cuándo te encuentre, será el momento exacto donde
todo se desmorona y termina por ahogarme.
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