Entonces, todo es así como de
improviso; creo más bien que es como un cliché de alguna película cheesy. El destino
que surge ante el par de miradas: San Cristóbal de las casas, de pronto sus pinos
y calles tranquilas son los compañeros de algunas palabras que poco a poco van
topando en tus labios y tus labios son la guía turística perfecta para un lugar
en el cual nunca hemos estado y la noche viene y nosotros vamos, pero no hay
prisa.
En las mañanas siguientes todo
mejora y es del todo extrañarse, pues nunca puede ser todo demasiado bueno, al menos
sé que nada puede mejorar después de tu paso por mi isla y tu naufragio en mis
costas; más bien creo que no es un naufragio, pues no es una catástrofe en ningún
sentido. Tampoco es un atraco, pues soy una nación desolada.
La sombra en tus mejillas te da
un aura perfecta, no hay más que decir. Lo entenderá quien ha sorteado esa sensación
de tranquilidad que puede irradiarle otra personas en algún momento de perdición
entre tantas almas abarrotadas, noches continuas y fluyentes como diálogos de
Blade runner.
Luego se viene el tifón y nos
deja desahuciados. Las calles ya no, ni los pinos, ni las plazas.
Al final, el amanecer con la
incertidumbre de rigor, pero con la calma que solo él sabe y que tu también.
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