No podemos negar que seguimos
siendo los mismos crédulos que siempre hemos sido, desde los recorridos llenos
de fantasía y lugares poco comunes, hasta los paseos repetitivos entre espacios
de oficina; somos los exploradores entre copiadoras y máquinas expendedoras de
refrescos, los laberintos laborales cada vez son más voraces y ya no tenemos
tiempo para complacer peticiones ajenas. Se
me ha incrustado el sueño en lo profundo de los huesos, es algo que no me deja
recorrer la ciudad del todo, pero, aun así es una calma que no puedo explicar;
probablemente se debe al insomnio y su tonta manera de abolir los peligros
inminentes, más bien de bloquear la percepción de peligros y daños. El insomnio
entonces, es el culpable de ti, de tu peligro inminente que se disipa entre los
días y los libros, el mismo que va inmiscuyéndose entre los viejos videojuegos
y algunas cortinas.
Justo al despertar, ha olvidado
por completo mi nombre, no hay espacio
ya en esta ciudad, al menos no si me sigo con este ritmo de autodestrucción y
tabaco; el alcohol es muy de teenagers, es algo que no pienso vivir tan a
menudo, más bien quiero vivir el viento en las ventanillas del bus y los carros
en las autopistas, el estar atrapado en la nada y la sensación punzante de
correr hacia cualquier dirección, aunque claro esta cualquier dirección siempre
lleva al mismo lugar llamado confusión.
Quiero romper las ventanas de
algunas casas aledañas y no tener que preocuparme por mi estúpida moral, simplemente
llévame a cualquier lado, no importa si son las afueras de la ciudad o las
entrañas del barrio antiguo. Quiero tener un espacio breve, en donde pueda
concretar una atardecer de lo menos parecido al que veo todos los días; un
atardecer entre las cejas y las puntas de mi cabello.
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