Mi padre siempre me dice de
manera aleatoria: “Recuerda que tú mejor amigo, tiene un mejor amigo y ese
amigo, también tiene un mejor amigo; es exponencial, así que ten cuidado cuando
compartes algo” supongo que el lado bueno, sería que me recomendaran como
diseñador; así mínimo tendría algo de provechoso todo el asunto.
Entonces me viene a la mente el
taller de iluminación, que fue en una bodega entre los lugares perdidos de Guadalupe
y el olor a pollo, más bien alitas; de cómo la gente se abalanzaba sobre los
filtros-celofanes de colores, el Dolly parecía un pony y todos jugaban con las
luces. Luego al final como el siniestro sobre los autos, porque recién era la
temporada de huracanes, pero nos agarrón desprevenidos a todos.
Al final, los nervios eran muy
visibles, por ejemplo el boleto del bus estaba doblado como en 4 partes, todas
distintas. Después de unas llamadas y caminar algunas cuadras, se llegó el
momento de cruzar el trecho del parque, como era un día nublado y casualmente
jueves, no había nadie a esa hora, pero aun así me pareció una eternidad, más
bien me pareció como el umbral, pues sabía que al final de toda esta odisea, te
encontraría. Ahí estabas tú, de negro, con el linóleo; ahí estaba la tensión y también
estaba yo, pero entre todo, estabas tú.
Luego como que todo fue confuso,
porque no tenía sentido el ir al centro, para después volver a nuestros rumbos,
supongo que estábamos nerviosos los dos; yo siempre estoy nervioso, nervioso es
mi estado natural en la vida. Por tú parte, chocaste el carro de manera sutil,
fue cosa de nada, pero eso fue suficiente para todo.
Luego de unas horas de silencio,
maniobras y miradas como choques; la tormenta se nos salía de ojos y abarrotaba
las mesas del establecimiento, más bien teníamos una mesa bien lejos y además
todo el lugar estaba helado. Creo que fue básicamente lo que definió el hecho
de que el manejar ya no era una opción.
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