Es el final de la ciudad en un
extremo menos esperado, y es que las personas siempre decepcionan, es más bien
una capacidad humana; estoy seguro que yo también ando por el mundo
decepcionando a más gente, pero trato de hacerlo lo menos posible porque la decepción
siempre duele de manera bilateral, duele de aya pa´ca y de aquí pa´ya.
Luego las decepciones son un mar que
me va ahogando, y cada vez es más difícil salir a flote, quisiera simplemente
ser de ese tipo de personas que envían al carajo todo, aun y a las personas que
les importan, pero no tengo el estómago para eso; por eso estoy acá como en
espera de más decepciones.
El aire tiene un aroma diferente,
ni siquiera puedo explicarlo, mucho menos retratarlo pues he perdido parte de
mi vida justo en este momento, el momento antes del piso 42; también la pinche
hora se lleva parte de mí; querida vuelvo a reiterarlo, si ni siquiera puedes
con la promesa de ser viernes, mucho menos podrías con este tipo de compromisos,
debí habérmelo sabido mejor desde el comienzo.
Entonces, a todo esto; lo único que
queda es el silencio, porque ya nos chingamos todo lo demás, desde algunos
comentarios triviales, las pláticas de trabajo y las conversaciones infinitas
sobre nada en concreto. El silencio en cambio viene cargado de todo en absoluto
y eso es lo que, el silencio me hunde, el silencio me arrastra de a poco en
poquito a un lugar que siempre he visitado a estas alturas.
Después uno se pregunta que si
todo hubiera salido mejor negando los hechos desde el principio, es decir,
dejando de lado las cordialidades y las viejas historias. Siempre sucede, y no
puedo evitar sentirme la vergüenza de mi sexo pues he perdido, he perdido dos
veces, de la misma manera, supongo que soy de cerebro lento, o de sufrir
querer, pero no ya no. Ya no quiero nada. Ya no quiero sufrirte, ni esperarte,
ni aunque sea el piso cuarenta y tantos del centro de la ciudad, ni aunque
digas y prometas lo que quieras, no.
NO
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