Desde hace
varios días que he venido sintiendo un extrañamiento para con la ciudad de
nogales. No tengo claro del todo, si es simplemente el breve espacio ficcional
que vivimos, las calles con gente muy metida en sus asuntos, el tren cruzando la
frontera cada cinco minutos o simplemente la nieve que llega de
improviso.
Los bares son
otro asunto, me gusta la vida nocturna que se deja sentir a momentos, todo es
difuso, es una especie de anonimato sobreentendido entre las personas. Por ejemplo
el dealer semi-temporal que frecuente un poco, en las noches usaba pasamontañas
y hablaba en códigos de la calle. Su espacio era suyo, es decir no era el callejón
junto al hotel, entre la farmacia y los locales de artesanías; no. Su espacio
era de él, toda la noche, de su compañero y sus radios llenos de alertas,
recorridos cortos y saludos cordiales a los policías.
Me agradaba la
idea de levantarme temprano, ver la nieve sobre los tejados. Escuchar el tren y
salir corriendo; el ver poco a poco a los vendedores que siempre me ofrecían las
mejores ofertas, los mejores precios y siempre me prometían estar al regreso.
Las fondas, restaurantes y puestos callejeros, todo siempre, siempre tan lleno
de ruidos urbanos.
El museo era
otro historia, como mis clases; por las mañanas Isis me llenaba de retórica contemporánea
hasta hacerme vomitar y querer salir por algún bocadillo, incluso huir al sótano
para ver alguna de las proyecciones en turno; Iván por su parte, era más
relajado; con voz regia y una sonrisa medio “pirata”. Cuando conocí a Iván, es decir una tarde-noche
mientras le contaba de un bar cerca del hotel en el cual la cerveza costaba 6
pesos; me contaba cómo era la vida de Tijuana, y yo supe Tijuana era lo que quería
en determinado momento de mi vida. Era una especie de bohemia entre músicos, cineastas
y algunos fotógrafos; todos siempre viviendo entre san diego y Tijuana. Tijuana
era su confort, su regreso no planeado, en mi caso es mi punto de partida.
Entonces dijo
algo como: “Estaba pepe (mogt) y nos invitó a una fiesta pequeña de puros amigos de la
escuela, y nos dijo que quería presentarnos unas rolitas que estaba moviendo;
el escucharlos fue, fue wow, después de eso todos le dijimos que tenía que
seguirle por ahí” justo en este punto de la conversación, la barra estaba
cerrando, pero aún era temprano y era martes; decidimos perdernos por las
calles, ver que nos podía ofrecer la ciudad, fue así como conocí al dealer que
en situaciones futuras rompería el esquema furtivo de la frontera para saludarme
en su día de descanso.
Respecto al
museo, creo que es más bien una pieza de intervención en el espacio, pues la
gente apenas y se pregunta la función de dicha construcción, su sentido y cualquier cosa que tenga que ver.
Una vez que se está
en la frontera, uno termina perdido para siempre.
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