Siempre es agradable ver los
vacíos urbanos entre la prisa de las construcciones, el tráfico y las personas
caminando; el sentirse parte de todo el drama y caos que conlleva vivir en una
ciudad troglodita que pretender ser una mejor versión de sí misma. Así me siento con respecto a los sucesos
recientes de mi vida laboral, el saberme en plenos donde hay espacios para
pensar y restructurar lo que sea que quiera, espacios que dan aire y claridad
en lo que aproxima. El golpe inminente de todos los defectos defeños, el cauce
natural del progreso que se avecina y nosotros lo sabemos, pero no queremos
aceptarlo del todo.
Afuera, entre todo el vaivén de
personas arrastrando las loncheras y las mochilas entre tanta contaminación y
polvo y baches con profundidad que parece no tener escrúpulos, tengo la certeza
que hay personas que sonríen secretamente aún cuando la rutina los mantiene
atados a sus silencios y circunloquios que toman papeles protagónicos durante
la mayor parte del día. Personas que van como recitando lo que hacen, anteponiéndose
a lo que está por suceder, tomando turno en los reflejos venideros para saber cómo
reaccionar ante dichas situaciones.
Entonces, estas situaciones
orquestalmente disfuncionales, van creando momentos que rompen el esquema
absurdo que nos rige, van como haciendo un terrorismo en contra de la
urbanización bestial y desmesurada que nos traga de un bocado que va menguando
en dificultad, pero ten por seguro que el verde de los pastos es un regalo para
la persona que decide tomarlo, aquel que aún en medio del tráfico y la vuelta
de rueda se mantiene absorto en cada paraje, preguntándose el por qué del verde
vivo y constante.
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