Me he amoratado después de besarle,
me he amoratado después de siquiera cruzar alguna palabra entre el frío que de
pronto se hunde hasta los huesos, esa sensación térmica cuando todo acrecienta.
Unos cigarrillos a medio consumir, en la esquina de una pizzería. La lluvia
imprevista como abril. Los vehículos y multitudes masas entre la noche furtiva
y tu mirada certera.
De pronto me vi como una bestia
salvaje, con la mirada perdida enfocando los tonos y los ecos perdidos de todos
los errantes por naturaleza. Comprendí la estupidez inherente a mi persona. Ser
un desorientado, un errante empedernido.
Me ha machado de un golpe, sin
siquiera masticarme; un trago largo entre suspiros y cabellos. La nieve sigue cayendo
como una ficción más, de hecho si me lo pienso bien, todo parece como no real:
la nieve, los bares, sus manos, los momentos de abstracción – que de pronto era
lo viable-, la gente y las no-palabras.
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