Estaba lloviendo hojas durante la tarde, la ciudad estaba
dormida. Las hojas iban en una escala de colores dulces. Hasta que el viento
las llevaba a nuevos y emocionantes lugares. Estaba todo muy tranquilo para ser un lunes de
enero. Los sonidos casi podían verse de la tranquilidad del aire. No soy del
tipo de personas que entran gritando a un aula en calma, pero tenía que hacer
algo en ese momento cuando te vi.
La luna se escapaba, poco a poco todas las noches, hasta
casi fugarse. Quedaba un cuarto menguando cuando caí en cuenta. A donde se va
la luna si no es contigo. Luego comenzó a llover y el viento se sentía algo más
rápido de lo común. Estaba perdido entre la ciudad. Tengo que andarme con
cuidado si no quiero pisar donde ya he pisado antes, lugares que recorrí con
una historia que apenas y recuerdo.
Hoy tengo ganas de escribir mucho y el tiempo se porta como
todo un mal ejemplo. A veces se adelanta, luego se retrasa. A veces incluso me
hace quedar como un tonto, se pone deprisa y llego tarde. Me ha pasado estar
esperando mientras se decide a llegar. El tiempo es algo bien arbitrario por
que cuando estoy feliz decide irse bien rápido. Decide irse bien rápido. Decide
irse bien rápido. Pero luego hay momentos en los que uno siente que le están robando
el oxigeno, como cuando pasa gente a tu lado y se quedan mirando. A veces te
preguntan alguna dirección.
Y es que a veces seria bien reconfortante salir de de nuestras
realidades, conversar tranquilamente cualquier cosa que no tenga que ver con el
clima, el trabajo y esas cosas que hacen que todo pase deprisa. Quisiera concentrarme
en los pequeños detalles que aun no sabemos que han sucedido, las cosas que
pasan y apenas lo notamos.
El semáforo cambio de color. No hay ruido, el autobús se
detuvo. La gente comienza a maquinar cosas, sus miradas se empiezan a mover
lentamente y sus mecanismos motrices son torpes y lentos. Cuando por fin
recuperan el paso el autobús ha decidido avanzar.
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